El hombre que miraba a través de la ventana

Publicado por Espectro , jueves, 28 de abril de 2011 16:29


En el Abril de esta primavera que para algunos no ha empezado por cuestiones anímicas independiente a los sentimientos de cada uno, él espera en su ventana, como cada mañana, el momento en que la ciudad, las horas, el mundo, el tráfico, en fin, en que todo se para, el momento en que pasa la figura deslumbrante de la muchacha a la que él día tras día se levanta a las siete de la mañana para verla salir del portal de enfrente radiante y luminosa, mirándola y recibiendo una quemadura en la retina y en el alma al verla, pues como a él le parecía, el enamoramiento puede causar quemaduras, en muchos casos irremediables, en otros casos remediables con una única receta; el tiempo.
Él, cuando se levantaba a las seis y media y encendía la radio para posteriormente darse una ducha, pensaba casi siempre que no llegaría a tiempo para ver a la muchacha salir hacía…quién sabe dónde.
Así llevaba ya unos meses, repitiendo constantemente la rutina de día tras día levantarse, menos los sábados, que los enamoramientos también descansan los fines de semana y algunos festivos, lo cierto es que de todas formas y sólo por si acaso, él se levantaba y cuando no la veía lo pasaba realmente mal, en una angustia constante de 48 duras horas sin verla.
Una mañana normal para él, se dio su ducha diaria, se postró en la ventana a las siete menos cuarto y cuando llegaron las siete no salió la muchacha.
Bien es cierto, que podía haberse dormido o tal vez la habían despedido de su trabajo, pero lo cierto es que todo cambió de un momento a otro, en una simple llamada a su puerta.
Cuando se dispuso a abrir la puerta, ante él…Un sueño…No, no sabía que era, el caso es que estaba seguro que era ella, aquella chica a la que contemplaba día tras día, librando como ya he dicho los fines de semana.
Un tímido hola entre ambos inició la conversación que llevó al chico a la inmensa felicidad pues la muchacha se había quedado hace 2 meses sin trabajo, pero para sorpresa de él, ella salía sólo para sentirse mejor gracias al enamoramiento que ella había notado que tenía el chico por ella pues su vida estaba desestabilizada completamente y eso le hacía sentir bien.
Ella, había decidido mudarse pero antes de nada decidió darle las gracias a aquel muchacho por alegrar aunque fuese un poco su día a día, y decidieron entre ambos enviarse cartas para mantenerse en contacto, acto seguido de esto, ella se fue en un coche azul, con la maleta en la mano y con la dirección apuntada en un papel en el bolsillo.
Del chico se sabe que se siguió enviado cartas con la muchacha, y que a pesar de su monotonía diaria y de que el mundo seguía siendo tan bastardo con él y de que cada vez se fiaba menos de la gente, sabía que lejos de él había una persona que se preocupaba con él, o si no siempre quedaba quedarte contigo mismo, que a fin de cuentas sales ganando por no tener que dar nunca explicaciones sobre nada.
Y descubrió que a veces estar sólo era una gran ventaja, y que cada día, tenía más seguro de que estaba completamente loco por él mismo…

El viaje

Publicado por Espectro 3:29

Antes de partir, él le dijo a ella:

-Amor mío, tengo que partir, nuevos horizontes lejanos me esperan, allá donde el mar y el cielo juntan sus labios, tesoros escondidos en un cofre, enterrado en una playa que por alguna razón, no aparece en ningún mapa, en lejanos acantilados donde la brisa del mar susurra mi nombre a golpe de ola. Amor mío, tengo que marchar, pero espérame…Regresaré, seremos los mismos, pero con la certeza de haber iniciado el viaje que anunciaban las sirenas, con la certeza de haber asumido el riesgo de estar vivos…Adiós.

La despedida con el típico beso de película finalizó con el viaje que emprendió él hacía aquellos horizontes lejanos donde hace menos de dos minutos, él estaba relatándole a Penélope, a su Penélope, su despedida.
Se fue, de eso no cabe duda.
Penélope se quedó esperando; día tras días, mes tras mes…
Apretando el pañuelo blanco del desconsuelo, lo llevó hasta su pecho, soñando ser fanal que atrajera a su amante de nuevo junto a ella, a sus brazos.
Con los ojos heridos por el salitre y el alma roja por los sargazos, mirando el lejano horizonte, tratando de adivinar la silueta de un barco lejano que le trajera de vuelta a su hombre.
Algunos le hicieron la vuelta más amena, pero siempre con un gesto sincero de entretenimiento y no de lujuria por mucho que pensasen otros. Ella nunca lo permitiría, pues cada día que pasaba era más consciente de que su hombre, a pesar de no estar de vuelta en un largo tiempo, seguía vivo, seguro.
Todos los días miraba a ese horizonte lejano, empeñada en buscar aquel velero que le trajera de vuelta a su vida.
Ella, estaba un día como otro en la playa, con los pies enterrados en la cálida arena blanquecina que vertió su reloj, el reloj de la larga espera, mientras el mar soplaba y soplaba sin llevar a los oídos de Penélope el susurro de la voz de su amado hombre.
El faro que soñó ser una vez ella empezó a parpadear, las gaviotas cruzaban el cielo naranja con prisa, mientras Penélope continuaba con la tan ansiada tarea de intentar divisar a lo lejos aquel velero, esperando y esperando, y mientras haciendo balance de lo vivido.
Penélope reflexionaba, pensaba, tratando de llegar quizá a alguna conclusión, haciendo repaso de los caminos andados, de las decisiones tomadas, y Penélope se dijo a sí misma:

-No puedo seguir con esto, no puedo estar toda la vida esperando.

Ella se marchó a buscar nuevos horizontes como antes lo había hecho su hombre, y no supo encontrarlos en la curvatura de su espalda.
Y efectivamente, al día siguiente Penélope abandonó el lugar camino de un barco que bautizó como “Nueva vida”, con una sonrisa que le hacía bien a su hermoso rostro, llegando a un nuevo lugar donde tal vez protagonizase otros besos de película más apasionados y verdaderos que los que se dio con aquel hombre del pasado.
A ella ahora le va bien, tiene una relación estable y es feliz, no solamente por la felicidad amorosa (que influye en menor cantidad) sino porque su vida ha cambiado.
Le van bien las cosas, y del tipo que espero tanto tiempo, no ha tenido noticias, pero si lo que preguntas es si todavía piensa en ella, responderé a tu duda con una rotunda afirmación, asintiendo con la cabeza.
Algunas tardes de invierno, cuando duelen esas viejas heridas que parecen no cicatrizar nunca, piensa en él, cuando aparece un barco en una pantalla de cine con el mar embravecido, hace como en aquella ocasión balance de lo vivido, en las decisiones tomadas de los caminos desechados, trata de llegar a alguna conclusión y se dice convencida algo:

-No sabe aquel tipo lo que se perdió.

Y queda segura de que el pasado no son sino un cúmulo de cosas que no sirven para nada, puesto que lo que importa es escribir el presente.